Es una de las cuatro virtudes
cardinales, nos ayuda a conservar la compostura, tomar mejores decisiones y a
dar un trato amable hacia los demás en todo momento, adelantarnos a las
circunstancias forjando una personalidad decidida y emprendedora, tratémosla ahora como el valor que nos ayuda a resolver con mayor conciencia las
situaciones ordinarias de la vida, nos ayuda a reflexionar y a considerar los
efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como
resultado un actuar correcto en cualquier circunstancia.
Esta virtud no se forja a través de una
apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente.
Posiblemente lo que nos cuesta más trabajo es reflexionar y conservar la calma
en toda circunstancia, la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de
decisiones, en el trato de las personas o formar opinión se deriva de la
precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la
realidad o la falta de una completa y adecuada información.
La falta de prudencia siempre tendrá
consecuencia en todos los niveles, personal y colectiva, según sea el caso,
como quienes se adhieren a cualquier actividad por el simple hecho de que
“todos estarán ahí”, sin conocer los motivos verdaderos y las consecuencias que
pueda traer el realizar actividades poco recomendables creyendo que estamos a
salvo.
Es importante tomar en cuenta que todas
nuestras acciones estén encaminadas a salvaguardar la integridad de los demás
en primera instancia, como símbolo del respeto que debemos a todos los seres
humanos.
La verdadera lucha y esfuerzo no están en situaciones un tanto extraordinarias y fuera de lo común, en ocasiones
decimos cosa que lastiman a los demás por el simple hecho de habernos levantado
de mal humor, de tener preocupaciones o exceso de trabajo porque nos falta
capacidad para comprender los errores de los demás o incluso nos empeñamos en
hacer imposible la vida de los demás ya sea porque nos son antipáticos o los
vemos como rivales profesionalmente hablando.
Si nos tomáramos un momento para pensar,
esforzándonos por apreciar las cosas en su justa medida, veríamos que en muchas
ocasiones no era necesario reprender tan fuertemente a los hijos o
discutir acaloradamente por un desacuerdo en el trabajo o en casa, evitar
conflictos por comentarios de terceros. Tal pareciera que tenemos un afán por
hacer los problemas más grandes, actuamos y decimos cosas de las que por lo
general nos arrepentimos.
Tal vez no se nos ha ocurrido pensar que
al trabajar con intensidad y aprovechando el tiempo, cumplir con nuestras
obligaciones y compromisos, tratar a los demás amablemente y preocuparnos por
su bienestar es una clara manifestación de la prudencia. Toda omisión a
nuestros deberes asi como la inconstancia para cumplirlos, denotan la falta de
conciencia que tenemos sobre el papel que desempeñamos en todo lugar y que
nadie puede hacer por nosotros.
La experiencia es, sin lugar a dudas, un
factor importante para actuar y tomar mejores decisiones, nos hace mantenernos
alerta de lo que ocurre a nuestro alrededor, haciéndonos más observadores y
críticos, lo que permite adelantarnos y prevén en todos sus pormenores el éxito
o fracaso de cualquier acción o proyecto.
Por prudencia tenemos la obligación de
manejar adecuadamente nuestro presupuesto, cuidar las cosas para que estén
siempre en buenas condiciones y funcionales, conservar un buen estado de salud
física y mental, sin embargo no debemos olvidar que lo espiritual es lo más
importante, el alma debe ser lo que mantengamos en las mejores
condiciones posibles, cuidémosla! Nos dice Santo Tomas de Aquino “el hombre al
pecar es imprudente” analicemos esto y consideremos que al ofender a Dios
descuidamos el alma, sobre todo porque no tomamos en cuenta la magnitud de la
ofensa hecha.
El valor de la prudencia nos hace tener
un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad
recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos,
generando confianza y estabilidad en quienes le rodean, seguros de tener a un
guía que los conduce por un camino seguro.
NON
NOBIS, DOMINE, NON NOBIS,
SED NOMINI TUO DA GLORIAM
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